Por David Arengas
El 1 de julio de 2004 quedó grabado en la historia del fútbol sudamericano como el día en que un David colombiano venció a un Goliat argentino. El modesto Once Caldas de Manizales, dirigido por Luis Fernando Montoya, logró la hazaña de conquistar la Copa Libertadores, derrotando en la final al todopoderoso Boca Juniors de Carlos Bianchi, vigente campeón del certamen.
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La final, disputada a doble partido, tuvo un 0-0 en la ida en La Bombonera de Buenos Aires, y un 1-1 en la vuelta en el Estadio Palogrande de Manizales. El gol de Jhon Viáfara para el Once Caldas y el empate de Nicolás Burdisso para Boca llevaron la definición a los penaltis, donde la épica se consumó con un 2-0 a favor del equipo colombiano.
Aquí te presentamos cuatro hechos curiosos que rodearon esta memorable edición de la Copa Libertadores:
El arquero Juan Carlos Henao se convirtió en la figura excluyente de la final y, para muchos, de toda la Copa Libertadores 2004. En la dramática tanda de penaltis en Manizales, Henao atajó dos lanzamientos de Boca Juniors (a Raúl Cascini y Franco Cángele) y vio otro estrellarse en el palo (de Rolando Schiavi). Su actuación bajo los tres palos fue una verdadera exhibición de reflejos y frialdad, permitiendo que el Once Caldas, con los goles de Arnulfo Valentierra y Jorge Agudelo, se coronara campeón sin necesidad de ejecutar el quinto penal. La superioridad de Henao en la definición fue tan abrumadora que Boca no pudo convertir ni un solo tiro.
Carlos Bianchi era, para 2004, una leyenda viviente y el "Rey de Copas". Había ganado la Libertadores con Vélez Sarsfield y dos veces con Boca Juniors (2000 y 2001), y era el defensor del título. Su Boca era temido en toda Sudamérica y llegaba a la final como claro favorito, habiendo incluso eliminado a su clásico rival, River Plate, en una vibrante semifinal. La derrota ante Once Caldas en los penaltis significó la primera y única vez que Bianchi perdió una final de Libertadores por esta vía, cortando una racha de victorias que parecía invencible y evidenciando la magnitud de la gesta del equipo colombiano.
En medio de la euforia desbordada de la celebración en el Palogrande, la icónica Copa Libertadores sufrió un pequeño percance. Se dice que, debido a los fuertes movimientos y el alboroto por la histórica conquista, el trofeo se rompió en su parte superior. Aunque la anécdota es un detalle menor, simboliza la intensidad de la alegría y la magnitud de la hazaña lograda por el Once Caldas, que no dudó en celebrar con pasión desbordada un título que pocos habrían predicho. La CONMEBOL, por supuesto, se encargaría de restaurar el galardón.
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El Once Caldas no era el favorito en ninguna de las rondas eliminatorias. En octavos de final, eliminó a Barcelona de Guayaquil. En cuartos, dejó en el camino al poderoso Santos de Brasil, que contaba con figuras como Robinho y Diego. Y en semifinales, enfrentó a otro gigante brasileño, São Paulo, al que superó en una serie agónica. Su victoria en la final sobre Boca Juniors fue la cereza del pastel de un camino lleno de sorpresas, demostrando que la disciplina táctica, el sacrificio y la convicción podían más que los presupuestos millonarios y los nombres rutilantes.
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